La Metáfora de Platón y el Señor de los Anillos
12:05Autor: Alex Marcelo Carrillo Díaz.
Geógrafo.
En esta metáfora de Platón y un pastor que posee un anillo entenderemos mucho acerca de la cualidad de ser justo así como el argumento de la película |
No hace mucho tiempo, mi amigo José Farías se sorprendió
cuando le dije que no había visto ninguna de las películas de “El señor de los
anillos”. Después de horrorizarse con mi respuesta, se detuvo y me dijo que es
una obra que todos deberíamos ver. Para familiarizarme con la trama, prendió su
ordenador y me mostró los primeros minutos de la cinta.
De niño, alguna vez, recuerdo que mi padre consiguió el DVD de
El Señor de los Anillos. Intenté verla, pero no me cautivó, quizá porque aún era muy pequeño para entenderla. Tras un largo esfuerzo por mantenerme atento, me cansé y caí dormido. Algo no me dejaba comprender el sentido de la película.
Cuando mi amigo me mostró los primeros minutos de la misma pude recordar porque no le encontraba un sentido.
Bien empezada la película, un sujeto de pueblo va a una
fiesta callejera donde se despide de su aldea, la gente lo queda observando y
de pronto se hace invisible. Desaparece de repente. El mago del lugar no se
sorprende como los aldeanos y va a la casa del sujeto. Este se encontraba ahí,
riéndose de su hazaña y de haber sorprendido a todos los espectadores. Lo que
en realidad había ocurrido era una manifestación sobrenatural de un poder
extraño: poseía un anillo que al colocárselo en el dedo lo hacía invisible. El
mago le dijo que era peligroso usarlo y que lo mejor era que se lo entregue. En
ese momento, el sujeto cambió su carácter, de ser alguien apacible y serio, se
torno un poco histérico, intrépido y egoísta. No quería entregar el anillo que
le daba dicho poder.
Como comprenderán, la pregunta que le hice a José, y que me
hice alguna vez de niño, fue: ¿Por qué el anillo te vuelve malo? Nadie nunca me
la respondió. Tampoco mi amigo que es un fanático del cine. Sin estar
convencido una vez más, pensé que era un argumento malo, hacerte malo de la
nada.
Acaso tenga una visión demasiado bondadosa de la humanidad,
pero no me convencí del argumento hasta que, por casualidad, encontré en el libro
La República de Platón una explicación a modo de metáfora del poder del
anillo. En realidad básicamente lo que hace es convencerte de algún aspecto
malévolo de la naturaleza humana en torno a la realización de actos justos o injustos.
Lo veremos a continuación.
Lo justo e injusto en una metáfora
En el libro segundo de La República de Platón, el
cual es un diálogo, los contertulios simpfilosofan acerca de lo que es justo e
injusto, y de que es lo mejor o más conveniente de practicar con normalidad: la
justicia o la injusticia.
Despúes de las intervenciones de Sócrates y Trasímaco, Glaucón
decide tomar la palabra y explica a Sócrates que en realidad las personas son
justas por temor al castigo de la injusticia, y que no existe alguien que sea
justo por si mismo. A decir de los argumentos de Glaucón, en los que no
necesariamente él mismo cree, si no que los usa para que Sócrates pueda
refutarlo, alguien que actúe justamente pudiendo ser injusto sin pagar alguna
pena por ello, debería estar completamente desquiciado. En ese contexto, entre
los argumentos que brinda para secundar su tesis, nos trae lo que he venido a
llamar, la metáfora del señor de los anillos. La transcribiré tal cual para
que entiendan el sentido y la sutileza con que lo explica.
Metáfora de El Señor de los Anillos de Platón
«Y en cuanto a que los buenos lo son por su impotencia de ser
injustos, forzoso será que hagamos la siguiente suposición: demos libertad a
cada cual, justo e injusto, para que proceda a su antojo, y veamos luego hasta
donde son capaces de llevar su capricho. Sorprenderemos al hombre justo en
flagrante delito, dominado por la misma ambición que el injusto y llevado por
naturaleza a perseguirla como un bien, aunque por ley necesaria se vea
conducido al respeto de la igualdad».
«Esta libertad a que me refiero podrían disfrutarla quienes
dispusiesen de un poder análogo al del antepasado del lidio Giges, que dicen
era pastor al servicio del entonces rey de Lidia. Habiendo sobrevenido en
cierta ocasión una gran tormenta acompañada de un terremoto, se abrió la tierra
y se produjo una sima en el lugar donde apacentaba sus rebaños. Ver esto y
quedar lleno de asombro fue una misma cosa, por lo cual bajó siguiendo la sima,
en la que admiró, además de otras cosas maravillosas que narra la fábula, un
caballo de bronce, hueco, que tenía unas puertas a través de las que podía
entreverse un cadáver, al parecer de talla mayor que la humana. En este no se
advertía otra cosa que una sortija de oro en la mano, de la que se apoderó el
pastor, retirándose con ella. Luego, reunidos los pastores en asamblea, según
la costumbre, a fin de informar al rey, como todos los meses, acerca de los
rebaños, se presentó también aquél con la sortija en la mano. Sentado como
estaba entre los demás, sucedió que, sin darse cuenta, volvió la piedra de la
sortija hacia el interior de la mano, quedando por esta acción oculto para
todos los que le acompañaban, que procedieron a hablar de él como si estuviera
ausente. Admirado de lo que ocurría, de nuevo tocó la sortija y volvió hacia
fuera la piedra, con lo cual se hizo visible. Su asombro le llevó a repetir la
prueba para asegurarse del poder de la sortija, y otra vez se produjo el mismo
hecho: vuelta la piedra hacia dentro, se hacía invisible, y vuelta hacia fuera,
visible. Convencido ya de su poder, al punto procuró que le incluyeran entre
los enviados que habrían de informar al rey, y una vez allí sedujo a la reina y
se valió de ella para matar al rey y apoderarse del reino».
«Supongamos, pues, que existiesen dos sortijas como ésta, una de
las cuales la disfrutase el justo y la otra el injusto; no parece probable que
hubiese nadie tan firme en sus convicciones que permaneciese en la justicia y
que se resistiese a hacer uso de lo ajeno, pudiendo a su antojo apoderarse en
el mercado de lo que quisiera o introducirse en las casas de los demás para dar
rienda suelta a sus instintos, matar y liberar a capricho, y realizar entre los
hombres cosas que sólo un dios sería capaz de cumplir. Al obrar así, en nada
diferirían uno de otro, sino que ambos seguirían el mismo camino. Con esto, se
probaría fehacientemente que nadie es justo por voluntad, sino por fuerza, de
modo que no constituye un bien personal, ya que, si uno piensa que está a su
alcance el cometer injusticias, realmente las comete. Ello, porque todo hombre
estima que, particularmente, esto es para sí mismo; la injusticia le resulta
más ventajosa que la justicia, en lo cual estará de acuerdo el que defiende la
teoría que ahora expongo. Pues, verdaderamente, si hubiese alguien dotado de
tal poder, que se negase en toda ocasión a cometer injusticias y a apoderarse
de lo ajeno, parecería a los que le juzgasen un desgraciado y un insensato,
aunque reservasen el elogio para sus conversaciones, temiendo ellos mismo ser
víctimas de la injusticia. Esto es lo que puede decirse en tal caso» (Platón,
67-69).
Conclusión
Ahora sí estoy más convencido. Creo que es tiempo de ver la
película.
BIBLIOGRAFÍA
Platón, Obras Selectas. La República, diálogo segundo. Ed.
Edimat Libros, 2012
0 comentarios