El origen de la guerra no es materialista. Sobre el conflicto ruso-ucraniano

17:10

 Autor: Alex Marcelo Carrillo Díaz. 

Geógrafo. 

Cuando empecé a ver el anime Naruto, me pareció una muy buena historia porque cada uno de sus personajes tenía motivos para comportarse. En particular, los villanos y antagonistas malvados tenían razones de peso para hacer lo que creían que era lo justo. Eso contrastaba plenamente con Dragon Ball, un anime donde los antagonistas eran malos por el solo hecho de serlo, sin ningún sentido explícito. Piccoro quería ser dueño del mundo, Raditz quería destruir y vender planetas, igual que Vegeta y Nappa, Freezer anhelaba ser el dueño del universo, los androides fueron programados para asesinar a Gokú[1] y Majin Boo no sabía ni porque era malo, al punto que después se hizo bueno.

Digamos, a modo de analogía cómica, que la serie Naruto sería materialista y Dragon Ball, no. Nuestro mundo real parecería ser un mundo narutizado, sin embargo, en este artículo mostraré que acontecimientos importantes como una guerra realmente están más cerca de Dragon Ball que de Naruto. Vale decir, Tobi declarando la cuarta guerra ninja actuó de forma más racionalista que un Putin en su declaratoria de guerra contra Ucrania.

Tomada de www.dw.com/es 


En el reino del materialismo

El materialismo se puede entender como un principio interpretativo de la ciencia, el cual rinde todo el crédito, o casi todo, a las causas materiales de un fenómeno, y desacredita o brinda poco valor a los aspectos ideales o intelectuales. En el caso de las ciencias sociales, el materialismo tiene una fuerte influencia de Karl Marx y, posteriormente, de Marvin Harris, en una versión más refinada. Según este principio, los aspectos materiales que definen los acontecimientos históricos más relevantes, serían de carácter ecológico, tecnológico y económico, fuertemente entrelazados. En esa línea, la guerra que presenciamos en este momento entre Rusia y Ucrania, debería encontrar respuesta analizando tales temas.

No nos resulta sorprendente, por ejemplo, que cuando los analistas internacionales explican las causas de la guerra ruso-ucraniana, buscan ir más allá de los discursos de los presidentes Putin o Zerensky, y tratan de encontrar razones de carácter materialista al conflicto[2]. Digámoslo así, nadie, en su sano juicio, se enfrascaría en una guerra si no fuera a ganar más de lo que perderá.

Desde una vista más elevada o más general, un materialista podría decir que esta guerra realmente es inevitable por el peso inconmensurable que las causas externas representan respecto al poder de decisión de los actores involucrados, algo así como la fatalidad de un Edipo Rey, quien no pudo cambiar su propio destino: matar a su padre y casarse con su madre, aun si él se opusiese con absoluta dedicación a impedirlo[3].

Quizá nuestro raciocinio materialista, muy interesante para estudiar el pasado social remoto; y nuestra tácita aceptación del homo oeconomicus, que resulta muy útil para entender el capitalismo contemporáneo, nos hayan cegado de las causas humanas que pesan más en la determinación de una guerra.

Lo que a continuación presentaré es una explicación de la guerra ruso-ucraniana basada en el marco interpretativo desarrollado por Francis Fukuyama en El Fin de la Historia y el ultimo hombre, su obra magna[4]. Perdón Marvin Harris, pero hoy defenderé al idealismo.

La naturaleza humana

La mayoría de personas que vive en una economía de mercado actual crece con un mensaje básico: Cuida tu vida, no mueras. Veamos, nace un bebé, se le cuida, se le alimenta, el bebé crece y se le trata con mucho cariño para que sea un adulto y también prodigue amor. De adulto tendrá que trabajar, ganar dinero, mantener a su familia, y cuando sus fuerzas se desvanezcan consiga una muerte natural lo menos dolorosa posible.

Los padres del liberalismo, Thomas Hobbes y John Locke, consideraban que el aspecto más natural y fundamental del ser humano, además de los instintos[5], y que nos caracteriza plenamente es el miedo a la muerte, en particular a la muerte violenta. Por lo tanto, si había que crear un mundo nuevo, en base a reglas nuevas, estas deben entender ese deseo constante en el ser humano por sobrevivir, vivir tranquilo, pasar una vida alejada del combate a muerte.

¿Esta realidad habría sido igual en el pasado? Claramente no. Ha habido culturas entregadas plenamente a la guerra, la violencia y el combate a muerte. La famosa Esparta es una de estas. Los valores contemporáneos no encontrarían exactamente un paralelo con los enseñados en el pasado, incluso en la democracia ateniense.

Sócrates nos indicaba que en una sociedad debe haber personas que estén dispuestas a morir por su patria, es decir, una clase de guerreros. La sugerencia que hace Sócrates es increíblemente interesante. Él se percata que entregar la vida en un combate a muerte no tiene nada que ver con los deseos racionales materiales y placenteros[6]. Una persona no puede ir a una batalla final pensando que tendrá una segunda oportunidad, o incluso que va a salir beneficiada con un bien, ni que conseguirá algo probablemente positivo como un balance entre beneficio-costo. La muerte es el límite de la existencia del guerrero, de todo lo que puede observar y sentir. No hay nada más allá de eso.

Por lo tanto, las personas fieras que van a morir con tanta determinación, energía y coraje, casi a sabiendas de que van a perder, deben encontrar una motivación en otra parte del alma, en un lugar distinto a la reflexión racional económica que busca acumular bienes o de los instintos básicos de supervivencia. A esta zona donde se alojan los sentimientos de dignidad, reputación, orgullo, ira y vergüenza, Sócrates la llama thymos y es lo que permite a una persona superar su miedo e ir en contra de su instinto animal, convirtiéndose así, en términos hegelianos, en un ser humano pleno, ya que deja de lado su miedo a la muerte. Al thymos vamos a llamarlo, siguiendo a Fukuyama, como deseo de reconocimiento.

El ser humano está compuesto no solamente de deseo e instinto, sino también por thymos o deseo de reconocimiento. Este deseo de reconocimiento, fuera del combate final, también se expresa y puede adquirir formas socialmente aceptables o desagradables. Por ejemplo, el deseo de reconocimiento puede llevar a una joven a no comer para verse o sentirse delgada, a un joven a convertirse en el líder de una pandilla, a un estudioso en ser el primer puesto de su salón de clases, a que una persona busque la famosa en la televisión o internet o a un Napoleón Bonaparte a ser un gran conquistador. Cada uno de estos anhelos implica dejar de lado nuestros instintos animales de supervivencia que nos llevan a holgazanear y nos hacen asumir un conjunto extra de responsabilidades masomenos irracionales en pro de cierta grandeza espiritual que puede materializarse de alguna manera o no.

En todos estos casos lo que se expresa es el deseo acerca de otro deseo, o como diría Jean Paul Sartre, es un pensamiento sobre un pensamiento, el motor de este comportamiento. La persona con deseo de reconocimiento piensa o se pregunta sobre lo que puede estar pensando la otra persona de él, de tal manera que sentirá orgullo si cree que es bien valorado, y enojo o ira si no es valorado conforme cree que se merece. En caso una persona sienta que no actuó a la altura de las circunstancias o de su propia valía en una determinada circunstancia, sentirá vergüenza. Así, de esta forma, tenemos un motor distinto que la mera economía y los instintos que actúa sobre las personas y los pueden llevar a actuar. Lo que Fukuyama nos señala en su libro, siguiendo las interpretaciones de Alexandre Kojeve hace acerca de Hegel, es que el deseo de reconocimiento es el verdadero motor que conduce la historia del mundo.

El deseo de reconocimiento de Putin

La Rusia de Vladimir Putin ha encontrado resistencia casi en todo el mundo ante la invasión a Ucrania. Los han sancionado económicamente, han prohibido el uso al menos de un conducto de gas ruso en Alemania, su banco central ya no puede negociar con las economías más desarrolladas de Occidente, han vetado bancos del uso de transacciones internacionales, van a poner sanciones a los oligarcas rusos en Europa y están enviando armamento y otras ayudas a Ucrania.

Algunos analistas han indicado que Putin perdió el rumbo a pesar de ser otrora un líder racional y calculador. Realmente pienso todo lo contrario. Putin sabia que todo lo ocurrido iba a darse de esta manera, por lo que es válido considerar que en su juicio no pesó más la parte racionalista, sino otra parte de su alma.

Vladimir Putin se encuentra indignado. Su indignación se ha manifestado desde mucho tiempo ha, incluso antes de esta guerra. Cuando mando envenenar a un ex espía ruso que vivía en Londres utilizando polonio en el 2006, por ejemplo. Ese hecho evidenciaba el odio magnánimo del líder ruso. Matar a alguien así, apuñalándolo con veneno, es la mejor señal de que su megalothymia -deseo de ser reconocido como alguien superior- es extrema y deviene en un comportamiento psicópata.

En el 2020 nos mostró que poco o nada le importó ser tachado mundialmente por tal acto. Volvió a envenenar, esta vez, a su opositor político Alexei Navalny, quien por suerte sobrevivió gracias a la rápida acción y al aterrizaje de emergencia del avión donde volaba.

Los castigos a sus enemigos son diversos pero siempre contundentes. Anteriormente había encarcelado al grupo de punk-rock femenino Pussy Riot. Las acusaba de algo muy diferente: pervertir los valores tradicionales rusos. Irrumpieron en una iglesia con su música y fue la causa definitiva de su encarcelamiento. ¿Realmente fue un delito tan grave?

Para Putin, quien es un conservador, es decir, un tradicionalista, que siempre cree tener la razón, lo cual lo revela en términos filosóficos como poco inteligente, el mundo está tomando un camino equivocado. No acepta que, en los países desarrollados, los demócratas y liberales que detentan el poder, encabezados por los anglosajones parezcan los dueños del mundo. Que su Economía sea más grande, estén bien armados, se unan en múltiples alianzas y sean cada vez más.

En cambio, a él pocos lo siguen fuera de Rusia. Quiere mostrarse serio y beligerante, y no ser parte de la comedia política actual. Su deseo cultural, de orden y respeto por la autoridad no coincide con la realidad del mundo contemporáneo. Mientras en todas partes del mundo libre se ha desatado el amor libre, la elección sexual abierta, el aborto y la libertad de expresión ofensiva que existe en internet, él quiere imponer respeto y ralentizar o anular los cambios culturales, pero no por el camino del diálogo y la tolerancia, sino, a través de la fuerza.

Su indignación, también, parte de un afán nacionalista. Le duele, y lo ha dicho innumerables veces, que la Unión Soviética haya desaparecido. Se resiente al pensar en Gorbachov y elogia a Stalin, quien hizo de su imperio el más grande en cuanto a extensión territorial. Cuando en 1989 se encontraba en Alemania Oriental como un joven agente de la KGB vio caer el muro de Berlín; y quedó completamente pasmado al no entender porque los líderes rusos no mandaban al ejército a pisotear la revuelta.

Al ver como el mundo se sume más y más en el liberalismo, él se siente como un adalid de la tradición. No hay duda de que ciertamente algo de razón pueda tener en cuestionar el enfoque de género y otros conjuntos de ideas nuevas que han tomado la forma de movimientos sociales en Occidente. El asunto es que no ha encontrado mejor forma que hacerlo por medio del asedio político y la violencia criminal.

A medida que la OTAN crece y se acerca a sus fronteras, Putin dice que esa es la causa de la guerra, pero, ¿es un miedo real? ¿Rusia es realmente vulnerable a Occidente? Una guerra o invasión a Rusia sería un sinsentido por el hecho de que posee armas nucleares y podría terminar siendo una catástrofe. Entonces, ¿qué lo mueve realmente a tomar Ucrania?

Las razones thymoticas de la guerra

Esta guerra no se trata de recursos naturales ni de una posición estratégica para la guerra al querer usar a Ucrania como un escudo ruso contra la OTAN. Se trata de la incontenible indignación de Putin al ver como los ucranianos, que para él siempre han sido parte de Rusia (en su discurso dice que Lenin creo Ucrania y es una razón histórica para reclamarla), desean ser parte de la Unión Europea y de la OTAN contraviniendo su decisión de que no sea así.

Más que el cálculo económico, ecológico o tecnológico, lo que mueve a Putin es que no le rindan un temeroso respeto. Que se atrevan a ignorar su advertencia. Tan semejante como un líder de la mafia que te amenaza y no mide la consecuencia de sus actos. Y eso solo ocurre cuando el thymos del individuo lo lleva a actuar descuidando la parte del deseo o el instinto.

Conclusión

Esta guerra, no es una guerra materialista, es una guerra del thymos, una guerra idealista, donde un personaje turbado por su excesivo deseo de reconocimiento, es decir, por su megalothymia, pone en peligro su vida en un combate a muerte solo por el prestigio.

 



[1] Para ser justos, quizá la Patrulla Roja sí tenía razones para asesinar a Gokú.

[2] . En palabras de Marvin Harris, harían bien, pues están buscando respuestas de tipo etic a expresiones de tipo emic

[3] Los marxistas revolucionarios, que se autodenominan materialistas, califican a los aspectos materiales de la vida con el concepto de “factores objetivos”. Mientras que las personas que actúan a favor, en contra o con indiferencia a los hechos o factores objetivos son llamadas “factores subjetivos”. El factor objetivo puede ser una tremenda crisis política y económica en un país cualquiera, pero si los factores subjetivos, es decir, las personas, no actúan, la revolución comunista no se dará. Esta reflexión marxista es profundamente contradictoria, porque sin el surgimiento de una ideología como la comunista, que guíe el accionar de los factores subjetivos, es inviable que tan solo los aspectos materiales de la realidad, es decir, los factores objetivos, actúen e impongan un gobierno comunista. Se necesita obligadamente de factores ideales-intelectuales, los que resultan cruciales para el curso de los acontecimientos. Estos factores ideales, si no son más importantes que los factores materiales, tampoco lo son menos.

[4] En el mundo contemporáneo, nadie utiliza las categorías ni las ideas de Fukuyama para interpretar el mundo. Al contrario, resulta ser blanco de críticas y burlas, mayormente infundadas. Más aún, me parece que quienes sí lo han leído, no han entendido integralmente lo que quiso decir. Espero poder hacer una serie dedicada a su libro para familiarizarlo al público y entender sus palabras.

[5] La carga instintiva biológica a la que se hace referencia va desde respirar, alimentarse, dormir hasta las prácticas de reproducción sexual.

[6] Como decía una profesora de Economía, los bienes se llaman así poque hacen bien a la persona que los posee o se los apropia. Un bien, como un carro o una casa, hace bien, por eso se denomina bien y no se le llama mal. Todo lo relacionado con el deseo de acumulación se vincula directamente con esta premisa.

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