Autor: Alex Marcelo Carrillo Díaz.
Geógrafo.
El Mago de Messkirch
Primero me referiré a
un personaje muy peculiar en la historia del pensamiento. Amado por unos,
odiado por otros. Me refiero a la figura de Martin Heidegger, el filósofo
alemán que escribió un famoso libro llamado “Ser y Tiempo”[1].
José Pablo Feinman, en su programa “Filosofía
aquí y ahora” lo presenta como el filósofo más brillante del siglo veinte. Su compatriota argentino, Mario Bunge, por el
contrario, lo detestó, argumentando que una de sus frases, “la nada nadea”[2],
es absurda, al igual que toda su obra, y porque fue miembro del partido nazi
alemán durante algún tiempo. Sarah Bakewell, acaso más conciliadora, nos lo
presenta destacando ambos aspectos. Como alguien digno de admirar y de abominar.
Creo que es adecuada
esta última manera de considerar la obra de un autor. Por lo general, resulta perjudicial tachar por completo el pensamiento de alguien porque al final casi siempre terminarás encontrando aspectos destacables, sea en su obra o en su personalidad, o
incluso al aprender de sus errores.
“Podemos explorar las
indicaciones que señalan los existencialistas sin necesidad de tomarlos como personalidades
ejemplares, ni como pensadores ejemplares siquiera. Son pensadores «interesantes», cosa
que creo que los hace más dignos de nuestros desvelos”. (Bakewell, 404)
El asunto con
Heidegger, independientemente de la valoración que se tenga de su obra, es que
resulta muy difícil de entender. Intenté leer las primeras páginas de su libro Ser
y tiempo; tras un inicio emocionante, no pude continuar. Me estanqué y
perdí el sentido del mensaje. Ahora, tras leer “En el café de los
existencialistas” de Bakewell sé que leer su obra es difícil para todos.
A Jean Paul Sartre, el
existencialista y premio nobel francés, también le costó entenderlo. Su novia,
Simone de Beauvoir cuenta que ambos intentaron leer una traducción de una
conferencia de Heidegger titulada ¿Qué es la metafísica? en una época
previa a que se inclinasen por hacer textos de estilo existencialista. A la luz
de la historia, ellos estaban más que dispuestos a inmiscuirse en el sendero
intelectual de la fenomenología, pero Heidegger no pudo persuadirlos con su
disertación; “como no entendimos ni una palabra, no vimos realmente su interés”
dijo Beauvoir (Bakewell, 13).
Lo peculiar es que al
final todos terminan leyéndolo y, por alguna razón, admirando a Heidegger. Bakewell
nos cuenta su experiencia de como regresó a las lecturas de los existencialistas.
«Desde Merleau-Ponty volví a visitar a Simone de
Beauvoir, cuya autobiografía descubrí durante un largo verano estudiantil
vendiendo helados en una playa inglesa, gris y sombría. Lo volví a leer todo.
Luego llegaron Albert Camus, Gabriel Marcel, Jean-Paul Sartre. Al final volví
al monumental Heidegger» (Bakewell,
44). ¿No les queda la sensación de que Heidegger termina siendo el más
grande o importante de esa lista? A mí, sí.
Dios
En la otra orilla,
tenemos a otro amado y odiado al mismo tiempo, ahora me refiero a Ludwig
Wittgenstein. Este filósofo austríaco escribió su obra más conocida, según
cuentan sus biógrafos, mientras combatía en el campo de batalla durante la
primera guerra mundial (Wittgenstein, 26). Cuando llegó a la universidad
de Cambridge, en Inglaterra, para estudiar filosofía analítica[3]
con Bertrand Russell, un destacado matemático y filósofo inglés, este tuvo una
impresión muy particular: “no sé si se trata de un idiota o de un genio” (Wittgenstein,
26).
Ludwig tenía mal carácter,
y se cuenta que no le gustaba ser objeto de preguntas. Moritz Schlick, filósofo
fundador del círculo de Viena, pedía a sus compañeros que no cuestionen su obra
porque podía irritarse y contestar mal. En el aula de clases también era visto
como una figura taxativa, que imponía y no dialogaba.
Sin embargo, tenía un
séquito de seguidores muy grande. El famoso economista Jhon Maynard Keynes se
refirió al retorno de Wittgenstein en 1929 a Cambridge con la expresión: “Dios
ha llegado” (Wittgenstein, 30).
Casi todos los más
destacados miembros de la llamada filosofía analítica y del positivismo lógico
ven en Wittgenstein a un fundador de su pensamiento. Rudolph Carnap, un
positivista lógico, lo admiraba, y nos cuenta en su autobiografía que no era
fácil leer a Wittgenstein. Era normal que, en una sesión de estudio, junto a
sus compañeros en Viena, leyeran juntos uno o dos párrafos e intentarán
comprender el mensaje verdadero.
«En el Círculo
de Viena se leyó en voz alta y se discutió punto por punto una gran parte del
Tractatus Lógico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein. Muchas veces necesitábamos
largas reflexiones para hallar su significado, y en ocasiones no encontrábamos
ninguna interpretación clara» (Carnap,
60). En su juventud, Carnap ya había leído algo de la obra de Wittgenstein y
nos dice, «en aquella
época no hice el esfuerzo necesario para entender claramente las a veces
oscuras formulaciones; por ello no llegué a leer todo el tratado» (Carnap, 60). Y sí que son oscuras.
Pero no solamente es difícil de leer, sino qué hay otros que consideran que el giro que le dio a la filosofía no era el adecuado. Orientar la filosofía hacia el análisis del lenguaje en vez de continuar con la tradición naturalista de la physis que buscaba conocer los principios del cosmos fue destacado negativamente por el astrofísico Stephen Hawking.
Fotografía del libro “La teoría del todo” de Stephen Hawking. Léase lo que dice de Wittgenstein. |
Para terminar
Resulta muy curioso
que este año no haya podido leer ambos libros, “Ser y Tiempo” de Martin Heidegger,
y “Tractatus Logico-Philosophicus” de Ludwig Wittgenstein. Quizá mi
premio consuelo sea que me topé con pasajes literarios donde se dice que no son
fáciles de leer. Eso me transmite calma. Igualmente, ya he escrito sobre las
lecturas difíciles y aprendí a sobrellevar la experiencia: pueden leer aquí ese artículo pasado. Al final, terminé diciéndome sobre estos libros lo que dijo
Marco Aurelio Denegri de la obra de Wittgenstein, “al menos he tractatus
de leerla”.
BIBLIOGRAFÍA
Bakewell, S. (2016). En
el café de los existencialistas. Sexo, café y cigarrillos o cuando filosofar
era conmovedor. Ed. Ariel
Carnap, R. (1992). Autobiografía
intelectual, Pensamiento Contemporáneo
Heidegger, M. (-), Ser
y Tiempo, Philisophia
Wittgenstein, L. (2017).
Tractatus lógico-philosophicus, Tecnos, 5° edición.
[1] Sarah Bakewell (2016) al
concluir su libro indica que Heidegger la cautivo de joven y la sigue
cautivando aun hoy pero termina siendo una figura intimidante por su defensa
del pensamiento cerrado, que no se abre fácilmente a nuevas influencias (404-405).
[2] Al parecer quien
primero destaco esta frase del autor como ejemplo de un sinsentido fue Rudolph
Carnap. Yo encontré en la obra “Ser y Tiempo” una construcción parecida: la
mundaneidad del mundo (Heidegger, 95). Seguramente hay muchas más de
ese tipo.
[3] La filosofía analítica es
una rama que se aparta completamente del existencialismo. Está dedicada a
buscar la coherencia de los enunciados, es decir, la lógica.