La silla de Platón y el problema de los universales

13:00

 Autor: Alex Marcelo Carrillo Díaz. 

Geógrafo. 

«Si al poetizar pudiera sacar del pecho mis ideas con las manos para trasladarlas al tuyo sin más aditamentos, para decir verdad, se colmaría toda la exigencia interior de mi alma», escribió Heinrich von Klein entre los siglos XVIII y XIX (Ferber, 41) destacando la desconsoladora imposibilidad de transmitir exactamente un lenguaje sentimental a otras personas.

Las palabras utilizadas para los sentimientos varían según cada época. Y hay épocas y sociedades, como la nuestra, que son pobres en variedad de palabras. Por ejemplo, Francis Fukuyama, en su libro El Fin de la Historia y el último hombre, nos dice que el thymos, palabra del latín griego, es el motor de la historia política universal; y usa esta palabra porque no encuentra una mejor en inglés o español que refleje lo que esta significa.

Edith Hall, en Los griegos antiguos, se lamenta de no poder utilizar traducciones para determinados términos del latín:

“La palabra que más me hace desear que existiera un equivalente en la lengua inglesa es ptonos, la envidia mezclada con el placer que llegan a provocar las desgracias de aquellos a los que uno envidia, o sea, envidia más Schadenfreude, el regodearse con un percance ajeno” (Hall, 2020).

Cuando leí Los heraldos negros de César Vallejo, percibí ese intento por transmitir la mezcla de sensaciones que se siente al sufrir un golpe atroz en la vida. “Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”. Este poema es un conjunto de metáforas materiales para entender una pena personal profunda.

Ciertamente esta dificultad ha sido utilizada por algunas corrientes filosóficas para referirse a la imposibilidad de adquirir conocimiento exacto. Así como todo sentimiento no puede ser expresado o interpretado correctamente, tampoco lo sería la mención de hechos percibidos mediante la visión u otro sentido. Por ejemplo, si un equipo de fútbol jugó bien o no, quedaría a la interpretación de cada quién; o si lo que para mi es verde, para ti es rojo, igualmente. Otros aducen que es posible que nuestros sentidos perciban de forma diferente la realidad que nos rodea. Cada persona sentiría distinto. En ese caso, la tristeza o la alegría para alguien no se sentirá igual que en otra persona.

Sin embargo, en realidad, puede que no sea un problema inherente a la comunicación, sino un problema de poca sofisticación en el uso y construcción de palabras. Tal y como nos muestran diversos estudiosos, hay palabras que reflejan determinados sentimientos y no tienen sinónimo en nuestro idioma. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” dijo Wittgenstein, y en este contexto puede interpretarse así.[1]

Lenguaje, pensamiento y cultura

Un niño sordo de 11 años llamado Joseph es un ejemplo de los límites que nos impone el lenguaje para comprender y pensar el mundo que nos rodea. “Joseph era incapaz de comunicar como había pasado el fin de semana. No solo carecía de lenguaje: era evidente que no tenía un claro sentido del pasado, no distinguía «hace un día» fuera distinto de «hace un año». Había una extraña falta del sentido histórico, el sentimiento de una vida que carecía de dimensión autobiográfica e histórica, una vida que solo existía en el momento, en el presente. Joseph veía, distinguía, categorizaba, usaba; no tenía problemas con la categorización o generalización perceptual, pero al parecer no podía ir más allá de esto de modo que pudiera sostener ideas abstractas en la mente, reflexionar, jugar, planear. Parecía totalmente literal, era incapaz de hacer juegos malabares con imágenes, hipótesis o posibilidades, incapaz de ingresar al campo imaginativo o figurativo. Con todo y eso, uno podía darse cuenta de que su inteligencia era normal a pesar de las evidentes limitaciones del funcionamiento intelectual. No era que careciera de mente, sino que no la estaba usando a plenitud” (Morris y Maisto, 271).

Lenguaje, pensamiento y cultura al parecer están entrelazados. Los conceptos que manejamos nos orientan a una determinada manera de pensar y comportarnos. Investigaciones transculturales parecen revelar diferencias en ese sentido (Morris y Maisto, 279). El difunto expresidente del Perú, Alan García, así lo consideró en su exposición sobre Confucio y la globalización, donde nos decía que la escritura china en base a pictogramas hacía que los chinos sean proclives a una forma absolutamente diferente de pensar el mundo.

El problema de los universales

Todo lo anterior solo fue un preámbulo al problema de fondo que nos atrae. A la llamada teoría de las ideas de Platón, la cual no he revisado con seriedad, se le suele atribuir el problema de los universales. Este problema aparece en el libro Conceptos fundamentales de la filosofía de Rafael Ferber (1995), como un problema derivado del lenguaje.[2]

Aquí partimos de que todos nos entendemos y hablamos “de lo mismo”. Si alguien se refiero a una silla, todos sabemos de que se trata, y no incurriríamos en preguntas fundamentales como ¿qué es una silla? Esa no es la duda. La duda, en cambio, sería, cómo todos tenemos una referencia común para hablar de lo mismo, acaso imaginamos la misma silla. Si todas las sillas son diferentes, que piensa cada uno cuando se menciona la palabra silla. La teoría de las ideas indicaría, aunque no me consta, que existe una silla universal, divina, la silla de Dios, que es el prototipo de todas las sillas y es en la cual pensamos cuando nos referimos a un simple ejemplar de silla humana.

Muestra artística con tres representaciones de una silla. Una fotografía, una de madera y una definición de diccionario escrita en la pared. ¿A cuál te refieres tú?


Ferber, analizando la pregunta, busca una respuesta lógica. Avanzando paso a paso, nos indica que, en general, la palabra escrita hace referencia a la palabra hablada. Y ambas a su vez, en la comunicación, no hacen referencia a un objeto en particular, digamos a una silla en particular, sino a una representación de la silla, y esta representación hace referencia al objeto material. Según este planteamiento, las personas no hablan de cosas sino de representaciones. A continuación, el autor, siguiendo las ideas del lógico Gotlob Frege, reflexiona de esta manera:

“Supongamos que pudiéramos deslizarnos en la conciencia de otras personas. ¿Cuál sería entonces el criterio comparativo por el que se puede juzgar en principio si sus representaciones de una casa son las mismas que las nuestras? Cada criterio comparativo a su vez no podría ser más que una representación, para la que asimismo sería necesario un criterio para saber si, cuando me deslizo en la conciencia de otras personas, sigue siendo la misma, y así hasta el infinito. Así pues, el significado de una expresión no puede ser representación, por cuanto una representación es subjetiva o privada, mientras que el significado no es subjetivo ni privado” (Ferber, 42).

Como la representación o imagen mental que cada uno tenga de una silla no es la misma, entonces, el significado no sería el mismo ya que estaríamos sesgados hablando de algo con detalles distintos. Entonces, al parecer no hay solución al problema. Empero, tengo una idea que comentar.

La representación como conjunto de características

Gracias a que recibí formación en ingeniería de software, aprendí mucho sobre lenguajes de programación y bases de datos. Particularmente en los llamados lenguajes orientados a objetos[3], uno debe crear mediante código algo llamado clase, que yo prefiero llamarle categoría. Para este caso crearemos la categoría silla. Esta categoría llamada silla contendrá un conjunto de características y funciones que deberá cumplir cualquier instancia o ejemplar de silla que sea creado en el ordenador o computadora. La categoría silla puede tener unos atributos como peso, medidas, piezas, material de fabricación, así como una función, ya que una silla puede servir para utilizarse en una mesa de comedor, en una oficina, en una sala de videojuegos o en un escritorio.

Por ello, cuando me enteré del problema de los universales pensé que quizá cuando hablamos de representaciones, quizá la manera como trabaja el cerebro es semejante a la de los lenguajes de programación, enfocándose en un conjunto de características y funciones antes que en un ejemplar determinado. No cabe duda de que en muchos casos el cerebro pensará en ejemplares, y resulta didáctico hacerlo. Yo mismo lo hago en muchas ocasiones, pero generalmente cuando el tema es nuevo. Cuando uno conoce algo, ya no se imagina esa cosa, solamente la piensa abstractamente, identificando que características posee y cuáles funciones cumple. Pienso que esta puede ser una solución al problema de los universales.

Conclusión

Nuestra incapacidad para comunicar sentimientos radica en una ausencia de palabras, que, a su vez, tiene diferentes causas. Aun así, nada nos garantiza que lleguemos a tener el diccionario psicológico completo y perfecto algún día. De cualquier manera, es bueno trabajar en ese esfuerzo, que no se viene realizando. Las corrientes que niegan una comunicación exacta varían entre las moderadas y las radicales; y algunas que asumen que podemos comunicarnos bien incurrían en el problema de los universales, el cual quizá deba reinterpretarse a la luz de como se agrupan las categorías o clases en los lenguajes de programación orientados a objetos.

BIBLIOGRAFÍA

Ferber, R. (1995). Conceptos fundamentales de la filosofía. Ed. Herder.

Hall, E. (2020). Los griegos antiguos. Las diez maneras en que modelaron el mundo moderno. Ed. Anagrama argumentos.

Morris, Ch.; Maisto, A. (2009). Psicología. Decimotercera edición. Ed. Pearson.



[1] Aun así, alcanzar la totalidad de posibilidades mediante el lenguaje, si no es imposible, será muy difícil. No es una época fecunda para el surgimiento de conceptos, desde tiempo ha.

[2] Ferber no cita a Platón en ningún pasaje del apartado que le dedica al tema del lenguaje. Lo que hago al indicar que el problema es destacado por Platón es lo que se suele escuchar en círculos académicos, no hago más que mencionarlo por eso.

[3] Aunque la traducción correcta sería Lenguaje basado en objetos, el uso impuso la costumbre de llamar a este tipo de lenguaje como orientado a objetos.

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