Lima.- 16 de Noviembre del 2014
En el presente artículo mostraremos dos interpretaciones de
la situación geopolítica actual. Una mostrada por el filósofo, politicólogo y
economista Francis Fukuyama y otra por Joel Kotkin, quien es director ejecutivo
del sitio web newgeography.com, investigador adjunto del instituto Legatum en
Londres y miembro presidencial del instituto “Futuros urbanos” de la
universidad de Orange en California.
Definición de Geopolítica
El concepto geopolítica no es fácil de definir. Si no nos
esforzamos en entenderlo como algo distinto a las relaciones internacionales en
general, podemos creer que no es una rama del conocimiento sino una manera
“intelectualoide” de hablar de conflictos y estrategias entre países. Entre los
entendidos, la mención del término geopolítica está ligada a la estrategia que
un país o un grupo de los mismos utiliza para lograr ganar algo sobre otros
países. En este texto nos referiremos a geopolítica -con una definición propia-
como la “distribución de sistemas político-ideológicos en el planeta”.
Considerando que un sistema de gobierno supone un sistema de
valores que lo respalde (ideología), y que las diferencias ideológicas entre
países genera o refuerza tensiones en el ámbito económico, militar y
diplomático, podemos considerar que el estudio de la geopolítica implica tener
siempre presente los conflictos que se generarán entre países con distinto
sistema político-ideológico.
Por ello, la geopolítica estudia las alianzas y enemistades
entre países y “bloques” de países. Por citar algunos ejemplos, de un lado tenemos
a Estados Unidos y la Unión Europea, que defienden un sistema democrático
liberal, aliados con países como Israel, India, entre otros. Enemigos de este
bloque en Medio Oriente son Siria e Irán, que mantienen alianza con el bloque
de países del ALBA en Latinoamérica y el Caribe, donde está Venezuela, Cuba,
Ecuador, Bolivia, etc.; así como con Rusia y China.
Debido a las diferencias político-ideológicas, estos bloques
disputan entre sí en el ámbito económico, militar y diplomático. Estas
diferencias agravan relaciones comerciales (como las sanciones comerciales impuestas
a Rusia por Estados Unidos y la Unión Europea tras la invasión-anexión de
Crimea, Lugansk y Donetsk), diplomáticas (como los mil y un insultos que han
recibido los presidentes norteamericanos de manos de los presidentes del bloque
del ALBA), y militares (como cuando China quiso tomar las islas Senkaku-Diaoyu
por la fuerza y tuvo que intervenir el ejército japonés y norteamericano).
Todos estos problemas conllevan a una separación de las relaciones entre
países, a la pérdida de confianza, la posibilidad de guerra y al mantenimiento
de recursos ociosos en la economía.
Si hacemos el esfuerzo de buscar conflictos al interior de
estos bloques ideológicos notaremos que no es sencillo encontrarlos.
Normalmente las disputas no se dan
al interior de un bloque. El conflicto se da entre bloques, que son los
representantes de sistemas político-ideológicos distribuidos en el planeta. Por
lo tanto, la geopolítica se ve obligada a estudiar las relaciones conflictivas
entre sistemas político-ideológicos.
Sin embargo, debe agregarse que la geopolítica no estudia
únicamente los conflictos entre sistemas, sino todos los aspectos existentes
que se gestan por la localización de sistemas político ideológicos en el mundo,
sean de naturaleza cultural, ambiental o de otro tipo.
No obstante, el conflicto entre bloques ha sido uno de los
temas más importantes en el estudio de la geopolítica. Asimismo, el siglo XX ha
resultado ser una época particularmente pesimista para el analista geopolítico,
debido a la existencia de muchos sistemas políticos que creaban potenciales
conflictos. Es cierto que ahora en el siglo XXI existen suficientes problemas
como para creer de un modo simple que el mundo puede llegar a ser un lugar
armónico de libertad, justicia y fraternidad, sin embargo, hay quienes son
optimistas. Para ver estas dos posturas, presentamos las opiniones de Joel
Kotkin, un analista poco pesimista, y de Francis Fukuyama, quien se
autoconsidera optimista.
“Escogiendo fortuna por sobre la libertad” - Kotkin
Joel Kotkin (2014)[1]
destaca de manera pertinente el crecimiento y fuerza que ha adquirido el
sistema de gobierno autoritario desde inicios del siglo XXI. Si bien es cierto
que tras la caída de los gobiernos comunistas en Europa oriental se terminó con
la dictadura más grande a nivel mundial, a inicios del siglo XXI ha habido
cierto retroceso de la democracia liberal como sistema de gobierno en algunos
países. Los cuestionamientos a esta ideología provienen de países como China,
Rusia, Irán, Siria, Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil,
Hungría, Corea del Norte, Nicaragua, entre otros.
Precisamente Kotkin eligió como título de su artículo “Escogiendo
fortuna por sobre la libertad”, recordando que un sistema político no se verá
deslegitimado mientras mantenga un alto crecimiento económico. Por ello, teme
que los movimientos pro-democracia en Hong Kong no logren mantenerse en pie de
lucha por mucho tiempo dado que la población aun percibe un nivel de vida
aceptable. Considerando que China crecerá 7% en el 2014, Kotkin sugiere que el
autoritarismo chino se muestra como un sistema robusto, semejante al modo como
Alemania y la Unión Soviética se presentaban cuando sorteaban la crisis de los
30’ en el siglo XX, mientras las democracias sufrían las penurias de la
recesión (Recuérdese el jueves negro de Wall Street).
El crecimiento de la cultura autoritaria se refleja en la
mayor parsimonia de los líderes democráticos respecto a dictaduras, donde cada
vez estas se aprecian como algo normal. Cita el caso del nuevo primer ministro
indio Narendra Modi, quien está estrechando demasiado –a su modo de ver- los
lazos con China. O lo que ocurre con los países democráticos en Latinoamérica
que buscan vender alimentos a Rusia ahora que EE.UU. y la UE han vetado venderle
tales productos. En este caso se aprecia una falta de cohesión al interior del
bloque demo-liberal para ejercer presión ante un país que está incumpliendo
tratados internacionales.
Otra razón de lamento es la fallida primavera árabe. Esta
revolución acabó con algunos dictadores al inicio, pero luego sufrió un fuerte
revés al punto que ahora las democracias no saben a cuál líder autoritario
apoyar para que no llegue al poder algún movimiento extremista como Hamas o
Estado Islámico. En estos casos no se lucha por libertad, sino por mantener al
menos un gobierno autoritario tolerable.
De otro lado, la crisis del euro pone en relieve la
aparición y/o fortalecimiento de movimientos nacionales e independentistas. De
estos, los primeros son particularmente problemáticos porque consideran que la
libre movilidad y la moneda única en la Unión Europea son el problema principal
del bloque. Por ello, sus líderes buscan cerrar las fronteras, expulsar a los
inmigrantes y recuperar su moneda nacional, no sin antes reverenciar su propia
etnia nacional en un contexto polémico que recuerdan actitudes xenófobas y
racistas. Un caso que destaca es el de la nacionalista Marine Le Pen en
Francia, cuyo partido lidera las encuestas y pretende destruir la Unión Europea[2].
En este contexto, el nacionalismo, tradicionalmente asociado a la derecha, se
parece mucho a la izquierda europea que busca también salirse de la UE, aunque
no enarbola principios principalmente nacionalistas, sin embargo, en la
práctica son muy similares. Quizá por eso sea que Marine Le Pen admira a
Vladimir Putin, pero odia a la fracasada Unión Soviética, lo cual da a entender
que Putin no refleja los ideales del marxismo-leninismo ni los del comunismo
soviético a los ojos de una lideresa nacionalista francesa.
Kotkin destaca también que la democracia norteamericana está
en problemas porque el presidente tiende a gobernar por decreto antes que por
consenso. Y más ahora que el partido demócrata perdió la cámara de senadores,
las decisiones que tome Barack Obama son de carácter anti-liberal (si somos
puritanos en el uso del concepto liberal), ya que pasa por encima de las
negativas que el partido republicano le coloca.
En definitiva, el panorama que muestra Kotkin es pesimista,
y nos recuerda que la democracia sigue siendo un sistema débil, al cual le
cuesta competir con determinados autoritarismos como el caso chino, ruso, u
algún otro.
“El Fin de la Historia y el último hombre” - Fukuyama
Los argumentos de Kotkin son válidos por cuanto destacan el
claro viraje de un gran sector de países a nivel mundial hacia el
autoritarismo. Sin embargo, como escribe Fukuyama, no hay razón para ser
pesimista pues el mundo era un lugar mucho peor. El libro “El fin de la
historia y el último hombre” condensa las ideas de este analista respecto al
carácter direccional de los acontecimientos político-ideológicos y económicos.
En su argumentación explica cómo la democracia liberal se fue abriendo paso y
convirtiéndose en el único foco de legitimidad tanto de la población civil como
–más importante aún- de las cúpulas gubernamentales, imponiéndose ante las
dictaduras más feroces y brutales.
Es verdad que el escenario actual del siglo XXI presenta
algunas variaciones respecto al anterior del siglo XX. Ahora los sistemas
político-ideológicos que se disputan la economía mundial son la democracia
liberal frente al autoritarismo de mercado. Sin embargo, aún está por verse si
el autoritarismo de mercado tiene la suficiente fuerza y convicción para
difundirse por el mundo como lo hizo la ideología comunista, la otrora rival
del liberalismo. Al parecer, los actuales dirigentes chinos –principales
representantes del autoritarismo de mercado- no tienen la misma convicción para
exportar su modelo político como si la tenía Mao Tse-Tung. De cualquier modo,
por ahora la economía está creciendo en el lado autoritario y es una razón para
pensar la posible derrota del liberalismo, desde alguna perspectiva.
Siguiendo a Fukuyama, el siglo XX fue un siglo de
desesperanza para muchos analistas debido a dos factores. Primero, que la
aparición de los totalitarismos (fascismo y comunismo) crearon la idea según la
cual la democracia liberal podría ser solamente un sistema de gobierno más, sin
ninguna cualidad superior que la haga triunfar en el mundo entero. Por ello, la
Realpolitik elaborada por Henry
Kissinger pronunció al mundo que “hay que acostumbrarnos a convivir con el
poder soviético, el cual es un poder que no se va a ir”. Propios y extraños
creían que la democracia liberal era tan solo un accidente del universo y no el
objetivo que todos los países perseguirían.
La segunda razón era la aparente fortaleza de los
totalitarismos y de algunas dictaduras convencionales. Sin embargo, las
sociedades sometidas por tales regímenes no podían desarrollar todas sus
capacidades ante un sistema social que reprimía la libertad (como la libertad
de asociación, de prensa, de empresa y emprendimientos, de mercado y consumo, política,
cultural, etc.). Esa falencia fue agotando a las sociedades soviéticas, de la
mano con la caída de la competitividad económica y el desgaste
militar-económico, lo cual crispó al pueblo contra sus líderes al punto que
terminaron derrocandolos y designando como ilegal al partido comunista en la
propia Rusia.
En definitiva, las razones del pesimismo en el siglo XX eran
sensatas porque los hechos se inclinaban por un mundo bipolar, donde las
dictaduras eran muy poderosas, lo que fundamentaba la idea política
relativista, es decir que los sistemas político-ideológicos convivirían por la
eternidad. Sin embargo, la RealPolitik
erró, y el poder comunista desapareció. Aquí aparece la interpretación dual
sobre “el fin de la historia y el último hombre” de Fukuyama.
La razón por la que la democracia liberal se impuso en el
mundo fue la compatible integración entre crecimiento económico, libertad y
autonomía individual. Mientras en las dictaduras solamente una cúpula ostenta
el poder y no crea mecanismos legítimos para ceder el poder a nuevos
gobernantes, la democracia plantea que cualquiera tiene el derecho de ser
elegido gobernante, lo cual funciona como una válvula de escape en momentos de
crisis en un país. Mientras en las dictaduras la culpa de los fracasos es de
los perennes dictadores, en la democracia, la rotación de gobernantes con cierta
aleatoriedad de partidos políticos, retiene y calma la indignación poblacional.
Si fuera cierto que la burguesía no permite elecciones libres, no habrían
llegado al poder los presidentes del ALBA, o el partido de los trabajadores en
Brasil, o los populistas argentinos. A pesar del posible disgusto en el sector
liberal por tales presidentes, la consigna ideológica es respetar el resultado
de las elecciones.
Entonces, si aceptamos que la dictadura de mercado (como
toda dictadura de derecha) es el mejor sistema económico[3]
que existe, no es el mejor sistema para legitimarse ante la población y ante
las mismas cúpulas. El momento crítico que le toque vivir a una dictadura
llevará a que esta se enfrasque en una guerra por el poder político. Las crisis
norteamericana y europea han llevado, en cambio, a movilizaciones y críticas
pacíficas, en comparación con los cataclismos de Medio Oriente o los
movimientos armados latinoamericanos del siglo XX. Esto se debe a que la
población todavía encuentra legitimidad en el sistema de gobierno. Pero
distintas eran las movilizaciones vividas en Venezuela en el 2014 por parte de
la oposición, o la forma como derrocaron a Viktor Yanukovich de Ucrania donde
se notaba una clara deslegitimación del gobierno, o la forma cómo luchan los
ciudadanos de Hong Kong contra el partido comunista chino.
En síntesis, considerando que el crecimiento económico no es
lo único importante, lo que hace falta en los países autoritarios es libertad política
(un sistema legítimo de participación y elecciones) así como autonomía
individual. Los individuos megalothymoticos,
es decir, todos aquellos con intenciones de actuar en la vida social y destacar debido a que sienten una necesidad intensa de hacerlo, no consideran
que deben ser tratados como niños, sino como personas serias que emiten
información relevante digna de ser atendida. Una dictadura no puede cumplir con
todas esas prerrogativas porque al fin y al cabo el gobierno no tiene legitimidad
ni participación abierta real. No hay mecanismos pautados y medianamente
decentes por los que una persona pueda llegar al poder político. Las personas
que participan en política en un país dictatorial llegan a sus cargos gracias a
la lealtad, la adulación y la corrupción. La única fuente de legitimidad
supra-material la buscan en la aculturación -a modo de lavado de cerebro- para
que la población adquiera devoción por el partido de gobierno y sus
representantes, al mejor estilo de los norcoreanos.
Fukuyama es optimista
Francis Fukuyama considera que el mundo se mantendrá estable
a pesar de los problemas que presenta, ya que no encuentra ningún foco de
legitimidad rival que pueda competir con la democracia liberal. A pesar de
esto, sugiere que los países de la OTAN deben aplicar estrategias más
cuidadosas de ahora en adelante con países “resentidos” como Rusia dirigidos
por ex – comunistas.
Pretendiendo extender el análisis de Francis Fukuyama
agregamos que los competidores latinoamericanos al sistema político
demo-liberal plantean una ideología incoherente. James Petras, sociólogo
marxista, mencionó hace algunos años atrás que solamente Venezuela podría
considerarse como un país que camina al “socialismo”, debido al alto número de
“estatalizaciones” practicadas en ese país así como al carácter de sus
políticas económicas que buscan controlar las fuerzas de la oferta y la
demanda. Sin embargo, el propio Petras no creía que los demás países
latinoamericanos vayan en ese camino, incluyendo a Bolivia y Ecuador. He
convenido en denominar a estos dos últimos países como social-indigenistas
retóricos, ya que se fundamentan en la revaloración del poblador oriundo, con
un discurso anti-imperialista y de justicia social, pero que en la práctica no
es sino otra versión de capitalismo, con matices propios que ellos se encargan
de imprimir. Por lo tanto, sus esfuerzos, en el mejor de los casos, contribuirán
a mejorar o al menos presentar otro camino dentro de la democracia liberal, y
en el peor de los casos quizá desemboquen en algún tipo de fracaso, pero con su
actual postura no cuestionan a fondo o antagonizan directamente en política
económica con los principios del liberalismo.
El optimismo de Fukuyama se encuentra sustentado en el
ejemplo triunfante del siglo XX de la democracia liberal a nivel mundial.
Incluso contra ideologías más coherentes como el comunismo, la democracia
liberal pudo imponerse. Por lo tanto, considera que el autoritarismo de mercado
se deslegitimará pues a fin de cuentas tendrá que legitimarse ante su población
y su propia cúpula, y en ese momento se democratizará. Sin embargo, es probable
que esta lucha sea incluso más difícil que otras porque ahora la economía crece
en el lado autoritario.
Crecimiento de la democracia desde 1790 hasta 1990
[CLICK PARA MAXIMIZAR]
Mapas elaborados a partir de la base de datos que aparece en el libro de Francis Fukuyama (pp. 70-71). Elaborados por Nicole Moreno F.
[1] http://www.newgeography.com/content/004760-choosing-fortune-over-freedom
[2] http://www.latercera.com/noticia/mundo/2014/06/678-581439-9-marine-le-pen-quiero-destruir-a-la-union-europea-no-a-europa.shtml
[3] Existen
varios estudios que han encontrado una alta correlación entre dictaduras de
derecha y crecimiento económico. Véase los casos de Corea del Sur y Chile.