En esta oportunidad, tras un largo período sin publicar, traigo ante ustedes una crítica a un trabajo de Antoine Bailly, geógrafo francés que el año pasado 2011 obtuvo el premio Vautrin Lud, conocido en el ambiente institucional peruano como el premio Nóbel de la Geografía. La comunidad estudiosa de la geografía está enterada de la entrega de dicho galardón. Por ello, esta y las sucesivas entradas estarán abocadas a analizar el perfil de la geografía propugnada por Bailly y compañia, aunque sea discutible llamarla así. El texto analizado ahora lleva por título “Lo imaginario espacial y la geografía, en defensa de la geografía de las representaciones” y fue publicado en el año 1989, en los Anales de Geografía de la Universidad Complutense, nº9, págs. 11-19.
“EL HOMBRE ES CONOCIMIENTO GEOGRÁFICO” (pág. 12)
Antoine Bailly explica en la primera parte, cuatro aspectos que deben ser trocados en la investigación geográfica para estudiar la “geografía de las representaciones”:
Aspecto a desechar
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Reemplazar por
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La evidencia
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Subjetivismo
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Reduccionismo
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Complejidad
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Causalidad
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Probabilidad
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Exhaustividad
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Ideología
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Cuadro 1: Elaboración propia a partir del texto.
A continuación, explico citando facsímilmente el texto. El Subjetivismo –según este autor- sirve para integrar la irracionalidad, a diferencia de las evidencias, hechos captados en la realidad misma que es observable y/o recopilable objetivamente; la complejidad en lugar del reduccionismo pues la reducción del lugar estudiado –agrega el autor- lo hará más complejo; probabilidad en vez de causalidad pues es imposible prever todo; y lo ideológico por lo exhaustivo, es decir -en palabras de Bailly- "la representación parcial de los fenómenos explícitos e implícitos por nuestra decisión".
Básandonos en estas afirmaciones, indicaremos por qué no compartimos estas ideas con el galardonado geógrafo Antoine. Primero, se propone integrar la irracionalidad, sin embargo vale preguntarnos si esto es posible. Si por integración entendemos la composición de un todo por medio de la unión de las partes, esta integración, por fuerza de la propuesta del autor, no podría ser racional, es decir debe ser ininteligible. La integración de la irracionalidad raya en lógica, podemos atrevernos a decir que es un absurdo, solo posible si dicha integración es un cuerpo de enunciados informe, que no sean si quiera coherentes a nivel simple (un solo conector) o compuesto (más de un conector).
Cambiar el reduccionismo por la complejidad, arguyendo que cuando descomponemos una entidad, en este caso esa entidad será un lugar como lo sugiere Bailly, cada una de las partes será más compleja que el todo. Allí habría que recordar el significado de complejo, a saber, unión de elementos diversos, lo cual dará un lugar complejo. Se considera que actualmente en un lugar como una megalópolis se congregan muchas más manifestaciones culturales que las que se presentaban en una ciudadela prístina como puede ser Caral, por ejemplo; por lo tanto, en la megalópolis convergen elementos diversos interactuando, dando consecuencias culturales complejas. Por ello, la reducción hace precisamente lo que su nombre dice, reducir la complejidad de la ciencia al estudiar sus partes componentes para posteriormente integrarlas. El todo es más complejo que la parte, porque aquella engloba a esta, aunque para determinados propósitos científicos y/o técnicos pueda prescindirse del saber minucioso de los componentes de un determinado sistema.
Modificar la causalidad por la probabilidad ha tenido acogida entre algunos filósofos, Karl Popper, entre otros. En la actualidad, algunos siguen planteándolo. David Harvey (1967, en inglés), no obstante haber revisado el libro “Causalidad” de Mario Bunge, pasa por alto la relación existente entre causalidad y probabilidad, demostrando que su interpretación de los resultados probabilísticos aún tenía yerros. La probabilidad se práctica para analizar situaciones del azar y aleatorias, donde no intervienen muchos factores causales. Si lanzamos una moneda al aire tenemos ½ ó 50% de probabilidad de obtener cara o sello. Empíricamente se ha demostrado. Sin embargo, cuando los factores causales son complejos, esta relación matemática sencilla pierde poder explicativo. Si imaginamos un conflicto armado entre una superpotencia militar como Estados Unidos y un país como Perú, el cálculo probabilístico simple no nos dirá las verdaderas probabilidades de ambos bandos. Es más, ni siquiera se conoce fórmula matemática para saberlo. Vale decir que la probabilidad tiene límites definidos, así como tiene una aplicación muy importante cuando se trata de obtener muestras poblacionales con un margen de error definido, pero no se contrapone o niega, como creyó en su momento la dialéctica (la cual parece usar Bailly), a la causalidad. El hecho que EEUU o Perú ganasen la guerra será estudiado por los analistas, que indicarán los factores que dieron el triunfo a tal o cual país. De la misma manera, al lanzar una moneda trucada, podemos explicar las causas por las que mayormente obtenemos una de ambas caras, independientemente del cálculo probabilístico que requiere de la existencia de ciertos supuestos.
Con lo ya explicado, es innecesario desarrollar la crítica al cambio de la exhaustividad por la ideología. Podemos, sí, afirmar que A. Bailly no está pensando como científico. Entonces ¿cómo piensa? Usando la frase del sintáctico lógico, Rudolf Carnap, podemos sugerir que Bailly piensa como artista, particularmente como poeta, pues su obra es un texto. Por casualidad, o quizá es parte del autoreconocimiento del autor, escribe en la página 16 lo que sigue:
“Idealista de forma deliberada, subjetivista, la geografía de las representaciones debe su riqueza al análisis de esta mezcla permanente de lo real y de lo imaginario. Sería un error creer que con la sociedad contemporánea, el hombre, al hacerse móvil, pierde sus raíces al vivir en unos entornos más y más homogéneos. Lo que ocurre es que omitimos descubrir la simbología de los lugares de nuestras vidas contemporáneas y su densidad poética.” (El resalte en negrita es nuestro)
Entonces, al querer incluir la densidad poética y la simbología de los lugares, aborda el asunto como poeta, destacando los desatinos de las revistas turísticas al publicar meros lugares, materia inerte, biótica y antrópica sin llegar al “lugar”, el cual indica es un término mucho más apropiado al de espacio (concepto geométrico y físico demasiado general) y al institucionalizado concepto de territorio. (pág. 12)
El texto se presta para mucho mayor análisis, para mayor crítica, pues el contenido no se queda solo en el esbozo genérico que he expuesto aquí, sino que toca algunos temas puntualmente. Ese análisis, consideramos, será mejor presentarlo con algunos otros autores que planteen líneas de pensamiento cercanas. Particularmente nos enfocaremos en la obra de la mexicana Alicia Lindón, tan aclamada en nuestro medio.
Para concluir este primer escrito acerca del pensamiento de Bailly, debemos afirmar que no cuestionamos la obra en general del autor, solamente este texto. Sin embargo, de presentar un carácter similar su obra entera, diríamos que la academia geográfica está haciendo culto al neo-oscurantismo científico que viene enquistándose en el seno de las ciencias, y con mucha y peculiar fuerza al interior de la geografía. Esperemos que no sea así.
BIBLIOGRAFÍA
[1] Teoría, leyes y modelos en Geografía, 1969, ed. Alianza Editorial.